Y no me convencerán, y no me convencerán
los violentos de que el hombre un lobo de otro será. Y no me convencerán, y no me convencerán de que el que es de otra raza sabe menos que yo amar, De que compartir mi vida me roba la intimidad o de “quien más tiene más vale”, que lucha es enemistad o de que la naturaleza las leyes la cuidan más; de que en el Cuerno de Africa el hambre siempre estará. Y no me convencerán, y no me convencerán de que las pelas ayuden a dar la felicidad. Y no me convencerán, y no me convencerán que por meterme en el fango mi nombre se va a manchar O de que niños que tienen SIDA endemoniados están, o que aquél que viene de fuera nunca quiere trabajar, o que en la Iglesia las mujeres no son aún de fiar o de que la droga es un cáncer que no se puede curar. Y no me convencerán, y no me convencerán de que sólo los castigos al hombre duro abrirán. Y no me convencerán, y no me convencerán que casi no hay diferencia entre amar y utilizar. Y no me convencerán, y no me convencerán que la Justicia Divina no casa con la igualdad. Y no me convencerán, y no me convencerán que esta tierra es de unos pocos, y si es de todos, se hundirá. Y no me convencerán, y no me convencerán que el Evangelio es un libro más que de ser, de orientar; que vivirlo es utopía y que recortarlo da igual... Migueli |
No esperes una sonrisa para ser gentil... No esperes ser amado para amar...
No esperes estar solo para reconocer el inmenso valor de un amigo...
No esperes el luto del mañana para reconocer la importancia de quienes están hoy en tu vida...
No esperes tener el mejor de los empleos para ponerte a trabajar...
No esperes la nostalgia del otoño para recordar un consejo...
No esperes la enfermedad para reconocer que tan frágil es la vida...
No esperes a la persona perfecta para entonces enamorarte...
No esperes el dolor para pedir perdón...
No esperes la separación para buscar la reconciliación...
No esperes elogios para creer en ti mismo...
No esperes que los demás tomen la iniciativa, cuando sabes que tu mueres de ganas de un abrazo,...
No esperes el "te amo” para decir “yo también"
No esperes tener dinero por montones para entonces ayudar al pobre...
No esperes el día de tu muerte, si aun no has amado la vida...
No podemos esperar, el momento es hoy y hoy significa ahora, este día.
No vivamos esperando de los demás, empecemos a ser protagonistas.
Es nuestra vida, es nuestro presente: Aquí y ahora.
Debemos aprender a amar, a dar desinteresadamente, a sentir, a perdonar,
a
darle valor a nuestras pequeñas cosas, a nuestros amigos, a nuestro
trabajo, a nuestra vida de todos los días. Si vivimos esperando... en
esa espera se nos va la vida...
No
esperemos de los demás... nunca sabremos qué nos darán, qué
recibiremos... muchas personas viven esperando y en esa espera se
olvidan de que aquellos que dan sin esperar son los que reciben a manos
llenas... Todo lo que damos regresa a nosotros...
Si
queremos recibir aprendamos primero a dar... tal vez nos quedemos con
las manos vacías pero nuestro corazón estará lleno de amor...
Y quienes aman la vida tienen el sello de ese sentimiento en su corazón...
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Cuaresma
2014: ¡Levántate! Aprende cómo dejar ir y dejar a Dios actuar en tu
jornada cuaresmal hacia el triunfo de la Pascua de Resurrección.
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Señales para el Camino de Cuaresma
Los
judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición,
Dios mismo la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían
recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del único Dios
verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser fieles a
Dios.
También
para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él
vive y comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el
Padre está buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo
más humano. No basta quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es
necesario abrirnos al Padre y colaborar con él en hacer una vida más
justa y fraterna.
Por
eso, según Jesús, no basta cumplir la ley que ordena "No matarás". Es
necesario, además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio
al otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no mata, cumple la
ley, pero si no se libera de la violencia, en su corazón no reina
todavía ese Dios que busca construir con nosotros una vida más humana.
Según
algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un
lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más
frecuentes los insultos ofensivos proferidos solo para humillar,
despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el
odio o la venganza.
Por
otra parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras
injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin
amor y sin respeto, que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras
nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza.
No
es este un hecho que se da solo en la convivencia social. Es también un
grave problema en la Iglesia actual. El Papa Francisco sufre al ver
divisiones, conflictos y enfrentamientos de "cristianos en guerra contra
otros cristianos". Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que
ha sentido la necesidad de dirigirnos una llamada urgente: "No a la
guerra entre nosotros".
Así
habla el Papa: "Me duele comprobar cómo en algunas comunidades
cristianas, y aún entre personas consagradas, consentimos diversas
formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de
imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta
persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a
evangelizar con esos comportamientos?". El Papa quiere trabajar por una
Iglesia en la que "todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros,
cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis".
José Antonio Pagola
A la buena gente se la conoce
en que resulta mejor cuando se la conoce.
La buena gente invita a mejorarla, porque
¿qué es lo que a uno le hace sensato?
Escuchar y que le digan algo.
Pero, al mismo tiempo,
mejoran al que los mira y a quien miran.
No solo porque nos ayudan
a buscar comida y claridad, sino más aún,
nos son útiles porque sabemos
que viven y transforman el mundo.
Cuando se acude a ellos, siempre se les encuentra.
Se acuerdan de la cara que tenían
cuando les vimos por última vez.
Por mucho que hayan cambiado
-pues ellos son los que más cambianaún
resultan más reconocibles.
Son como una casa que ayudamos a construir.
No nos obligan a vivir en ella,
y en ocasiones no nos lo permiten.
Por poco que seamos,
siempre podemos ir a ellos,
pero tenemos que elegir lo que llevemos
La buena gente nos preocupa.
Parece que no pueden realizar nada solos,
proponen soluciones que exigen aún tareas.
En momentos difíciles de barcos naufragando,
de pronto descubrimos
fija en nosotros su mirada inmensa.
Aunque tal como somos no les gustamos,
están de acuerdo, sin embargo, con nosotros.
Bertold Brecht
en que resulta mejor cuando se la conoce.
La buena gente invita a mejorarla, porque
¿qué es lo que a uno le hace sensato?
Escuchar y que le digan algo.
Pero, al mismo tiempo,
mejoran al que los mira y a quien miran.
No solo porque nos ayudan
a buscar comida y claridad, sino más aún,
nos son útiles porque sabemos
que viven y transforman el mundo.
Cuando se acude a ellos, siempre se les encuentra.
Se acuerdan de la cara que tenían
cuando les vimos por última vez.
Por mucho que hayan cambiado
-pues ellos son los que más cambianaún
resultan más reconocibles.
Son como una casa que ayudamos a construir.
No nos obligan a vivir en ella,
y en ocasiones no nos lo permiten.
Por poco que seamos,
siempre podemos ir a ellos,
pero tenemos que elegir lo que llevemos
La buena gente nos preocupa.
Parece que no pueden realizar nada solos,
proponen soluciones que exigen aún tareas.
En momentos difíciles de barcos naufragando,
de pronto descubrimos
fija en nosotros su mirada inmensa.
Aunque tal como somos no les gustamos,
están de acuerdo, sin embargo, con nosotros.
Bertold Brecht
Lo
único que sabemos de su vida antes de su conversión es que nació en
Betsaida, junto al lago de Tiberíades y se trasladó a Cafarnaum, donde
junto con Juan y Santiago, los hijos del Zebedeo, se dedicaba a la
pesca. Nuestro primer encuentro con Pedro es a principios del ministerio
de Jesús. Mientras Jesús caminaba por la orilla del lago de Galilea,
vio a dos hermanos, Simón Pedro y Andrés, echar la red al agua. Y los
llamó diciendo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres." (Mateo
4,19). Inmediatamente abandonaron sus redes y lo siguieron. Un poco
después, aprendemos que visitaron la casa en la que estaba la suegra de
Pedro, sufriendo de una fiebre la cual fue curada por Jesús. Esta fue la
primera curación atestiguada por Pedro, quien presenciará muchos
milagros más durante los tres años de ministerio de Jesús, siempre
escuchando, observando, preguntando, aprendiendo.
San
Pedro murió crucificado. El no se consideraba digno de morir en la
forma de su Señor y por eso lo crucificaron con la cabeza hacia abajo.
El lugar exacto de su crucifixión fue guardado por la tradición. Muy
cerca del circo de Nerón, los cristianos enterraron a San Pedro.
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