La muerte es el desenlace no deseado, el final que llena de dolor a
los cercanos al difunto. Pero también ocurre que con el último acto de
la vida, aunque resulte paradójico, accedemos a la verdadera
trascendencia del personaje. Algo de esto ha ocurrido con el obispo
Ramón Echarren, vecino silencioso del barrio de Vegueta, retirado del
mundo, fallecido a los 84 años la madrugada del pasado lunes. El sentido
óbito por el que ocupase durante 27 años la titularidad de la Diócesis
de Canarias ha puesto de relieve su sensibilidad social como "obispo de
los pobres", pero también su protagonismo en la transición española como
mano derecha del cardenal Vicente Enrique y Tarancón, figura
imprescindible en la erosión del régimen franquista por su actitud
conciliadora entre vencedores y vencidos de la Guerra Civil. Echarrren
pertenece por derecho propio a este contexto que fue atacado por el
extremismo de derechas, y que provocó que Juan Pablo II lo mantuviese
sin promoción en las Islas Canarias.
El último de Tarancón, apelativo utilizado estos días para el prelado vasco, desencadena los recuerdos de la incertidumbre política tras la muerte de Franco, el terror de ETA, los forcejeos entre los herederos de la dictadura, los miedos a la legalización del Partido Comunista... Una coyuntura divisionista, por otra parte, que tenía su igual en el seno de la jerarquía eclesiástica española, donde los propulsores de una iglesia misericordiosa, seguidora del Concilio Vaticano II, sin partido político de cabecera, confiada en el devenir democrático, se enfrentaba a los obispos que demonizaban la Constitución de 1978 por atea o anticlerical.
Ramón Echarren no sólo rechazaba a los que sostenían sin ambages el argumentario de la "victoriosa cruzada contra los rojos", sino que desde 1971, con Franco aún en el poder y con su cohorte sedienta de ambición, protagonizó un hecho harto memorable. En 1971, con el apoyo de Pablo VI y Tarancón, propuso en la ponencia Iglesia y mundo en la España de hoy el perdón de la Iglesia por la Guerra Civil : "Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya no está en nosotros. Así, pues, reconocemos humildemente y pedimos perdón porque no supimos a su tiempo ser verdaderos ministros de reconciliación en el seno de nuestro pueblo". Aquel impulso a favor de la generosidad, capital para la iglesia española, recibió 156 votos a favor, ocho menos de los reque-ridos para convertirse en propuesta.
Vehemente en ocasiones, testarudo en otras y polemista sin complejos de ninguna clase, Echarren vivió, tanto en su etapa madrileña como canaria, con los pies en la tierra. Teólogo por la Gregoriana de Roma y sociólogo por la Universidad belga de Lovaina, su preparación intelectual no le llevó a vivir en una torre de cristal, sino que se arriesgó con el compromiso social y con su rechazo a los sectarismos. En 2007, molesto por el silencio pétreo de la Conferencia Episcopal ante el centenario del cardenal Tarancón declaraba a su amigo José Manuel Vidal, director de Religión Digital: "Tarancón jamás abusó de su estatuto para excluir a los que no eran de su opinión. Esta y no otra fue la razón de que, con la llegada de Juan Pablo II al Papado, su estrella comenzara a declinar, en la Iglesia y la sociedad, y fuera marginado una vez jubilado, y con él los que éramos considerados taranconianos".
El destierro a las Islas de Ramón Echarren no menoscaba, en modo alguno, su deseo de transformación social y de ayuda a los más desfavorecidos, una premisa del Concilio Vaticano II, reclamante de una iglesia adaptada a los tiempos y las necesidades de sus fieles. El obispo, en este sentido, se va a encontrar con una sociedad llena de carencias estructurales que elevan la pobreza, grandes pozos de analfabetismo y contradicciones de envergadura derivadas del cambio de ciclo agrícola al turístico. El prelado vasco se encarna en un territorio necesitado, lo que le llevará a impulsar desde los barrios una política parroquial inmiscuida en los problemas del día a día. A través del estimulo organizativo de Cáritas consigue no sólo asistir a las familias, sino que logra con cada una de sus comparecencias públicas que aflore el debate ante las crecientes desigualdades sociales, o por el proceso de aculturación que vive la sociedad grancanaria debido al modelo de vida fácil fomentado por la economía turística.
Nunca fue cómodo de asimilar. Los políticos siempre recibieron el dardo encendido de sus palabras, muchas de ellas premonitorias del estado de desconfianza que con el tiempo avanzaría sobre dicha clase, sobre la que siempre cayó la elocuencia de su retórica polemista, incluso por cuchichear entre ellos en la solemne misa de la Fiesta del Pino. Echarren siempre fue hombre de grandes titulares periodísticos. Ríos de tinta han corrido desde que dijo: "Si los pobres se llevan los alimentos de los hipermercados sin pagar, no pecan", o "los problemas económicos no son sólo económicos; las medidas hacen más ricos a los ricos".
Genio y figura, lamentamos que la última cautela con la que embridó su carácter o el trance final de su enfermedad, nos impidiesen conocer sus opiniones sobre el celibato o la pederastia en el seno de iglesia, que fuesen las que fuesen irían con toda probabilidad en sintonía con el magisterio de Tarancón y las ideas que un sector promovió para avanzar en la conciliación entre los españoles. Como consuelo, ciertas perlas de hemeroteca que nos sitúan ante un Ramón Echarren pletórico de actualidad: "Si un Parlamento no defiende a necesitados, ¡claro que es legítimo ir a la huelga; y hasta obligatorio!".
En armonía con el ejercicio y estilo de su vocación, por su capilla ardiente pasaron ciudadanos anónimos que se acercaron a darle el último adiós y a manifestarle las gracias por una gestión suya que les cambio sus vidas. Vivió y murió desde la coherencia.
http://www.laprovincia.es/opinion/2014/08/31/ramon-echarren-coherente-figura-transicion/630070.html
El último de Tarancón, apelativo utilizado estos días para el prelado vasco, desencadena los recuerdos de la incertidumbre política tras la muerte de Franco, el terror de ETA, los forcejeos entre los herederos de la dictadura, los miedos a la legalización del Partido Comunista... Una coyuntura divisionista, por otra parte, que tenía su igual en el seno de la jerarquía eclesiástica española, donde los propulsores de una iglesia misericordiosa, seguidora del Concilio Vaticano II, sin partido político de cabecera, confiada en el devenir democrático, se enfrentaba a los obispos que demonizaban la Constitución de 1978 por atea o anticlerical.
Ramón Echarren no sólo rechazaba a los que sostenían sin ambages el argumentario de la "victoriosa cruzada contra los rojos", sino que desde 1971, con Franco aún en el poder y con su cohorte sedienta de ambición, protagonizó un hecho harto memorable. En 1971, con el apoyo de Pablo VI y Tarancón, propuso en la ponencia Iglesia y mundo en la España de hoy el perdón de la Iglesia por la Guerra Civil : "Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya no está en nosotros. Así, pues, reconocemos humildemente y pedimos perdón porque no supimos a su tiempo ser verdaderos ministros de reconciliación en el seno de nuestro pueblo". Aquel impulso a favor de la generosidad, capital para la iglesia española, recibió 156 votos a favor, ocho menos de los reque-ridos para convertirse en propuesta.
Vehemente en ocasiones, testarudo en otras y polemista sin complejos de ninguna clase, Echarren vivió, tanto en su etapa madrileña como canaria, con los pies en la tierra. Teólogo por la Gregoriana de Roma y sociólogo por la Universidad belga de Lovaina, su preparación intelectual no le llevó a vivir en una torre de cristal, sino que se arriesgó con el compromiso social y con su rechazo a los sectarismos. En 2007, molesto por el silencio pétreo de la Conferencia Episcopal ante el centenario del cardenal Tarancón declaraba a su amigo José Manuel Vidal, director de Religión Digital: "Tarancón jamás abusó de su estatuto para excluir a los que no eran de su opinión. Esta y no otra fue la razón de que, con la llegada de Juan Pablo II al Papado, su estrella comenzara a declinar, en la Iglesia y la sociedad, y fuera marginado una vez jubilado, y con él los que éramos considerados taranconianos".
El destierro a las Islas de Ramón Echarren no menoscaba, en modo alguno, su deseo de transformación social y de ayuda a los más desfavorecidos, una premisa del Concilio Vaticano II, reclamante de una iglesia adaptada a los tiempos y las necesidades de sus fieles. El obispo, en este sentido, se va a encontrar con una sociedad llena de carencias estructurales que elevan la pobreza, grandes pozos de analfabetismo y contradicciones de envergadura derivadas del cambio de ciclo agrícola al turístico. El prelado vasco se encarna en un territorio necesitado, lo que le llevará a impulsar desde los barrios una política parroquial inmiscuida en los problemas del día a día. A través del estimulo organizativo de Cáritas consigue no sólo asistir a las familias, sino que logra con cada una de sus comparecencias públicas que aflore el debate ante las crecientes desigualdades sociales, o por el proceso de aculturación que vive la sociedad grancanaria debido al modelo de vida fácil fomentado por la economía turística.
Nunca fue cómodo de asimilar. Los políticos siempre recibieron el dardo encendido de sus palabras, muchas de ellas premonitorias del estado de desconfianza que con el tiempo avanzaría sobre dicha clase, sobre la que siempre cayó la elocuencia de su retórica polemista, incluso por cuchichear entre ellos en la solemne misa de la Fiesta del Pino. Echarren siempre fue hombre de grandes titulares periodísticos. Ríos de tinta han corrido desde que dijo: "Si los pobres se llevan los alimentos de los hipermercados sin pagar, no pecan", o "los problemas económicos no son sólo económicos; las medidas hacen más ricos a los ricos".
Genio y figura, lamentamos que la última cautela con la que embridó su carácter o el trance final de su enfermedad, nos impidiesen conocer sus opiniones sobre el celibato o la pederastia en el seno de iglesia, que fuesen las que fuesen irían con toda probabilidad en sintonía con el magisterio de Tarancón y las ideas que un sector promovió para avanzar en la conciliación entre los españoles. Como consuelo, ciertas perlas de hemeroteca que nos sitúan ante un Ramón Echarren pletórico de actualidad: "Si un Parlamento no defiende a necesitados, ¡claro que es legítimo ir a la huelga; y hasta obligatorio!".
En armonía con el ejercicio y estilo de su vocación, por su capilla ardiente pasaron ciudadanos anónimos que se acercaron a darle el último adiós y a manifestarle las gracias por una gestión suya que les cambio sus vidas. Vivió y murió desde la coherencia.
http://www.laprovincia.es/opinion/2014/08/31/ramon-echarren-coherente-figura-transicion/630070.html