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(Agencias/InfoCatólica)
El Santo Padre empezó su discurso reconociendo que la vida de un obispo
puede llenarse de precoupaciones por tener que tratar multitud de
asuntos, pero alertó contra el peligro de que los pastores caigan en la
tristeza: «A veces, la vida de un obispo tiene dificultades y la fe del
obispo puede entristecerse. ¡Qué feo es un obispo triste! ¡Qué feo que es!».
Francisco
advirtió que hoy en día las personas tienen «la tentación» de «ponerse
en el centro», de creer que cada uno construye su vida o que «es el
tener, el dinero, el poder lo que da la felicidad». Sin embargo, ha
indicado que estos pueden ofrecer «un momento de embriaguez, la ilusión
de ser felices» pero, al final, «dominan y llevan a querer tener cada
vez más, a no estar nunca satisfechos».
«Y
terminamos empachados pero no alimentados. Y es muy triste ver a una
juventud empachada pero débil. La juventud tiene que ser fuerte, debe
alimentarse de su fe, no empacharse de otras cosas», ha añadido de forma improvisada.
Además,
ha asegurado que la fe lleva a cabo en la vida de cada persona «una
revolución que se podría llamar copernicana», porque «quita a la persona
del centro y pone en él a Dios, de forma que el modo de pensar y obrar
se transforma en el mismo de Jesús y el corazón se llena de paz,
dulzura, ternura, entusiasmo, serenidad y alegría».
Por
ello, el papa Francisco ha invitado a los jóvenes a poner «fe,
esperanza y amor» a su vida, al igual que ponen sal a un plato soso,
para que «realmente tenga sentido y sea plena, como desean y merecen».
«Pon
fe y tu vida tendrá un sabor nuevo, tendrá una brújula que te indicará
la dirección; pon esperanza y cada día de tu vida estará iluminado y tu
horizonte no será ya oscuro, sino luminoso; pon amor y tu existencia
será como una casa construida sobre la roca, tu camino será gozoso,
porque encontrarás tantos amigos que caminan contigo», ha explicado.
«Pero, ¿quién puede darnos esto?», se ha preguntado para contestar que es Cristo. Por ello, ha exhortado a la juventud a «poner a Cristo» en su vida.
«Pon a Cristo en tu vida y encontrarás un amigo del que fiarte siempre;
pon a Cristo y verás crecer las alas de la esperanza para recorrer con
alegría el camino del futuro; pon a Cristo y tu vida estará llena de su
amor, será una vida fecunda», ha añadido.
El
Papa ha dicho a los jóvenes que Cristo les «espera en el encuentro con
su Carne en la Eucaristía, Sacramento de su presencia, de su sacrificio
de amor, y en la humanidad de tantos jóvenes que te enriquecerán con su
amistad, te animarán con su testimonio de fe, te enseñarán el lenguaje
de la caridad, de la bondad, del servicio».
De nuevo, improvisando ha preguntado a los jóvenes: «¿Estás dispuesto a entrar en esta onda de la revolución de la fe?». Y les ha indicado que solo así su vida va a tener sentido.
Además,
ha recordado a los jóvenes que sí ponen a Jesús en su vida, él les
acogerá «para curar, con su misericordia, las heridas del pecado». «No
tengas miedo de pedir perdón. Él no se cansa nunca de perdonarnos, como
un padre que nos ama. ¡Dios es pura misericordia!», ha insistido.
Finalmente,
el Papa Francisco ha invitado a encontrar en los otros jóvenes el
«lenguaje de la caridad, de la bondad, del servicio» y ha llamado a cada
uno a ser «un testigo gozoso de su amor, un testigo entusiasta de su
Evangelio para llevar un poco de luz a este mundo». «Qué bien se está
aquí», ha exclamado recordando las palabras de Pedro después de haber
visto al Señor Jesús transfigurado, revestido de gloria.
Queridísimos jóvenes
Hemos
venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de su camino de dolor
y de amor, el camino de la Cruz, que es uno de los momentos fuertes de
la Jornada Mundial de la Juventud. Al concluir el Año Santo de la
Redención, el beato Juan Pablo II quiso confiarles a ustedes, jóvenes,
la Cruz diciéndoles: “Llévenla por el mundo como signo del amor de Jesús
a la humanidad, y anuncien a todos que sólo en Cristo muerto y
resucitado hay salvación y redención” (Palabras al entregar la cruz del
Año Santo a los jóvenes, 22 de abril de 1984: Insegnamenti VII,1 (1984),
1105).
Desde
entonces, la Cruz ha recorrido todos los continentes y ha atravesado
los más variados mundos de la existencia humana, quedando como
impregnada de las situaciones vitales de tantos jóvenes que la han visto
y la han llevado. Nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella
algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la
propia vida.
Esta
tarde, acompañando al Señor, me gustaría que resonasen en sus corazones
tres preguntas: ¿Qué han dejado ustedes en la Cruz, queridos jóvenes de
Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso país? Y
¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de ustedes? Y, finalmente, ¿qué nos
enseña para nuestra vida esta Cruz? 1. Una antigua tradición de la
Iglesia de Roma cuenta que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para
huir de la persecución de Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección
contraria y enseguida le preguntó: “Señor, ¿adónde vas?”.
La
respuesta de Jesús fue: “Voy a Roma para ser crucificado de nuevo”. En
aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con
valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo
en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado
hasta morir en la Cruz. Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles
para cargar con nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros
sufrimientos, también los más profundos.
Con
la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que
no pueden ya gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con
ella, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, que
lloran la trágica pérdida de sus hijos, como en el caso de los 242
jóvenes víctimas en el incendio de la ciudad de Santa María en el
incendio de este año recemos por ellos. O que sufren al verlos víctimas
de paraísos artificiales como la droga; con ella, Jesús se une a todas
las personas que sufren hambre en un mundo que cada día tira toneladas
de alimentos; con ella, Jesús se une a quien es perseguido por su
religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en ella,
Jesús se une a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las
instituciones políticas porque ven el egoísmo y la corrupción, o que han
perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de
los cristianos y de los ministros del Evangelio.
En
la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el
nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su
espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevas tú solo. Yo la
llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza,
a darte vida (cf. Jn 3,16). 2. Y así podemos responder a la segunda
pregunta: ¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto, en los que la
han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Deja un bien que nadie
más nos puede dar: la certeza del amor indefectible de Dios por
nosotros.
Un
amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en
nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en
la muerte para vencerla y salvarnos.
En
la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, su inmensa misericordia. Y
es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos
jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos totalmente en Él (cf. Lumen fidei,
16). porque Él nunca defrauda a nadie.
Solo
en Cristo muerto y resucitado encontramos salvación y redención. Con
Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra,
porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser
instrumento de odio, de derrota, de muerte, en un signo de amor, de
victoria y de vida. El primer nombre de Brasil fue precisamente “Terra
de Santa Cruz”. La Cruz de Cristo fue plantada no sólo en la playa hace
más de cinco siglos, sino también en la historia, en el corazón y en la
vida del pueblo brasileño, y en muchos otros.
A
Cristo que sufre lo sentimos cercano, uno de nosotros que comparte
nuestro camino hasta el final. No hay en nuestra vida cruz, pequeña o
grande, que el Señor no comparta con nosotros. 3. Pero la Cruz nos
invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a
mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre,
a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una palabra, un gesto,
y a salir de nosotros mismos para ir a su encuentro y tenderles la
mano. Muchos rostros han acompañado a Jesús en su camino al Calvario:
Pilato, el Cireneo, María, las mujeres…
También
nosotros podemos ser para los demás como Pilato, que no tiene la
valentía de ir contracorriente para salvar la vida de Jesús y se lava
las manos.
Queridos
amigos, la Cruz de Cristo nos enseña a ser como el Cireneo, que ayuda a
Jesús a llevar aquel madero pesado, como María y las otras mujeres, que
no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con
ternura. Y tú, ¿como quién eres? ¿Como Pilato, como el Cireneo, como
María?
Jesús
te está mirando ahora y te dice ¿Me quieres ayudar a llevar la cruz?
Queridos jóvenes, llevemos nuestras alegrías, nuestros sufrimientos,
nuestros fracasos a la Cruz de Cristo; encontraremos un Corazón abierto
que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo
amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo
amor. Que así sea.
RIO DE JANEIRO, 25 Jul. 13 / 05:33 pm (ACI).- Queridos jóvenes:
"Qué
bien se está aquí", exclamó Pedro, después de haber visto al Señor
Jesús transfigurado, revestido de gloria. ¿Podríamos repetir también
nosotros esas palabras? Pienso que sí, porque para todos nosotros, hoy,
es bueno estar aquí reunidos en torno a Jesús. Él es quien nos acoge y
se hace presente en medio de nosotros, aquí en Río. Pero en el Evangelio
también hemos escuchado las palabras del Padre: "Éste es mi Hijo, el
escogido, escuchadle" (Lc 9,35).
Por
tanto, si por una parte es Jesús el que nos acoge; por otra, también
nosotros hemos de acogerlo, ponernos a la escucha de su palabra, porque
precisamente acogiendo a Jesucristo, Palabra encarnada, es como el
Espíritu nos transforma, ilumina el camino del futuro, y hace crecer en
nosotros las alas de la esperanza para caminar con alegría (cf. Carta
enc. Lumen fidei, 7).
Pero,
¿qué podemos hacer? "Bota fé – Pon fe". La cruz de la Jornada Mundial
de la Juventud ha gritado estas palabras a lo largo de su peregrinación
por Brasil. ¿Qué significa "Pon fe"? Cuando se prepara un buen plato y
ves que falta la sal, "pones" sal; si falta el aceite, "pones" aceite…
"Poner", es decir, añadir, echar.
Lo
mismo pasa en nuestra vida, queridos jóvenes: si queremos que tenga
realmente sentido y sea plena, como ustedes desean y merecen, les digo a
cada uno y a cada una de ustedes: "pon fe" y tu vida tendrá un sabor
nuevo, tendrá una brújula que te indicará la dirección; "pon esperanza" y
cada día de tu vida estará iluminado y tu horizonte no será ya oscuro,
sino luminoso; "pon amor" y tu existencia será como una casa construida
sobre la roca, tu camino será gozoso, porque encontrarás tantos amigos
que caminan contigo. ¡Pon fe, pon esperanza, pon amor!
Pero,
¿quién puede darnos esto? En el Evangelio hemos escuchado la respuesta:
Cristo. "Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle". Jesús es quien nos
trae a Dios y nos lleva a Dios, con él toda nuestra vida se transforma,
se renueva y nosotros podemos ver la realidad con ojos nuevos, desde el
punto de vista de Jesús, con sus mismos ojos (cf. Carta enc. Lumen
fidei, 18).
Por
eso hoy les digo con fuerza: "Pon a Cristo" en tu vida y encontrarás un
amigo del que fiarte siempre; "pon a Cristo" y verás crecer las alas de
la esperanza para recorrer con alegría el camino del futuro; "pon a
Cristo" y tu vida estará llena de su amor, será una vida fecunda.
Hoy
me gustaría que todos nos preguntásemos sinceramente: ¿en quién ponemos
nuestra fe? ¿En nosotros mismos, en las cosas, o en Jesús? Tenemos la
tentación de ponernos en el centro, de creer que nosotros solos
construimos nuestra vida, o que es el tener, el dinero, el poder lo que
da la felicidad. Pero no es así.
El
tener, el dinero, el poder pueden ofrecer un momento de embriaguez, la
ilusión de ser felices, pero, al final, nos dominan y nos llevan a
querer tener cada vez más, a no estar nunca satisfechos, y terminamos
empachados, pero no alimentados y es muy triste ver una juventud
empachada, pero débil. La juventud tiene que ser fuerte, alimentarse de
su fe y no empacharse de otras cosas”.
¡"Pon
a Cristo" en tu vida, pon tu confianza en él y no quedarás defraudado!
Miren, queridos amigos, la fe lleva a cabo en nuestra vida una
revolución que podríamos llamar copernicana, porque nos quita del centro
y pone en él a Dios; la fe nos inunda de su amor que nos da seguridad,
fuerza, esperanza. Aparentemente no cambia nada, pero, en lo más
profundo de nosotros mismos, todo cambia.
En
nuestro corazón habita la paz, la dulzura, la ternura, el entusiasmo,
la serenidad y la alegría, que son frutos del Espíritu Santo (cf. Ga
5,22) y nuestra existencia se transforma, nuestro modo de pensar y de
obrar se renueva, se convierte en el modo de pensar y de obrar de Jesús,
de Dios. En el Año de la Fe, esta Jornada Mundial de la Juventud es
precisamente un don que se nos da para acercarnos todavía más al Señor,
para ser sus discípulos y sus misioneros, para dejar que él renueve
nuestra vida.
Querido
joven, querida joven: "Pon a Cristo" en tu vida. En estos días, Él te
espera en su Palabra; escúchalo con atención y su presencia enardecerá
tu corazón. "Pon a Cristo": Él te acoge en el Sacramento del perdón,
para curar, con su misericordia, las heridas del pecado. No tengas miedo
de pedir perdón. Él no se cansa nunca de perdonarnos, como un padre que
nos ama.
¡Dios
es pura misericordia! "Pon a Cristo": Él te espera en el encuentro con
su Carne en la Eucaristía, Sacramento de su presencia, de su sacrificio
de amor, y en la humanidad de tantos jóvenes que te enriquecerán con su
amistad, te animarán con su testimonio de fe, te enseñarán el lenguaje
de la caridad, de la bondad, del servicio. También tú, querido joven,
querida joven, puedes ser un testigo gozoso de su amor, un testigo
entusiasta de su Evangelio para llevar un poco de luz a este mundo
nuestro.
"Qué
bien se está aquí", poniendo a Cristo, la fe, la esperanza, el amor que
él nos da, en nuestra vida. Queridos amigos, en esta celebración hemos
acogido la imagen de Nuestra Señora de Aparecida. Con María, queremos
ser discípulos y misioneros. Como ella, queremos decir "sí" a Dios.
Pidamos a su Corazón de Madre que interceda por nosotros, para que
nuestros corazones estén dispuestos a amar a Jesús y a hacerlo amar. ¡Él
nos espera y cuenta con nosotros! Amén.
(Diogo
Ximenes/InfoCatólica) El Papa recordó que hoy se celebra la memoria de
un santo matrimonio, «abuelos» de Jesús, los santos Joaquín y Ana, y los
puso como ejemplo de servicio a la vida y a la fe, como modelo para las
viejas generaciones, que hoy son tratadas como «descartables».
«En
su casa vino al mundo María, trayendo consigo el extraordinario
misterio de la Inmaculada Concepción; en su casa creció acompañada por
su amor y su fe; en su casa aprendió a escuchar al Señor y a seguir su
voluntad», explicó.
Apuntó
que los santos Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha
transmitido el amor de Dios en el calor que sólo da la familia, hasta
llegar a María «que acogió en su seno al hijo de Dios y lo dio al mundo,
nos lo ha dado a nosotros».
A
través de esta corriente generacional aconteció lo que - dijo- es un
acontecimiento luminoso que ha transformado la historia: «la
Encarnación, el hijo de Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazareth».
Citando
el Documento de Aparecida señaló que «niños y ancianos construyen el
futuro de los pueblos, los niños porque llevarán adelante la historia,
los ancianos porque nos transmiten la experiencia y la sabiduría de su
vida».
Para
el Obispo de Roma el dialogo intergeneracional es un tesoro que se debe
preservar y alimentar y dijo a miles de fieles - sobre todo adultos -
que se congregaron a escucharlo bajo el balcón del Palacio Arzobispal -
que lleva el nombre de San Joaquin - que en esta Jornada Mundial de la
Juventud los jóvenes quieren saludar a los abuelos.
El
dialogo entre generaciones fue también abordado ayer por el Pontífice
en el encuentro con los peregrinos argentinos, en la Catedral
Metropolitana:
«Yo
les pido de corazón a los ancianos: no claudiquen de ser la reserva
cultural de nuestro pueblo que trasmite la justicia, que trasmite la
historia, que trasmite los valores, que trasmite la memoria del pueblo. Y
ustedes (jóvenes), por favor, no se metan contra los viejos; déjenlos
hablar, escúchenlos, y lleven adelante. Pero sepan, sepan que, en este
momento, ustedes, los jóvenes, y los ancianos, están condenados al mismo
destino: exclusión; no se dejen excluir. ¿Está claro? Por eso, creo que
tienen que trabajar juntos».