¡Buenos días, amigo! ¿cómo te has levantado hoy?
¿Has pensado que son muchas las personas con las que hoy te vas a encontrar que esperan de ti lo mejor de ti mismo?
¡Sí!
ya sé que habitualmente esto ni te lo planteas, que simplemente te
levantas dispuesto a hacer lo que tienes que hacer. Pero date cuenta que
en cada cosa que hagas hoy estarás hablando de ti, de lo que te
preocupa, te ilusiona, de aquello por lo que te esfuerzas y de aquello
en lo que crees... Así que hazme un favor ¡anda!: sonríe, perdona,
disfruta de la vida, sé crítico con aquello que no estás de acuerdo.
Habla con tus gestos, con tus hechos... olvida las palabras bonitas y
date por entero hasta que te acuestes. ¿Te das cuenta del gran bien que
puedes hacer a los demás con cosas tan simples como mirar a los ojos,
escuchar con atención, hablar desde dentro o ser fiel a aquello en lo
que crees?
No olvides nunca que tu rostro se ilumina en el cielo y que la luz del día te ayuda a recordar la grandeza de la vida.
¡Buenos días, amigo!
Encar_AM
Te
damos gracias, Señor, porque creaste al ser humano a tu imagen y
semejanza en el amor, la inteligencia y la libertad, y porque le diste
el universo entero como su hogar a fin de que en él desarrollara todos
los dones y cualidades con los que tú lo enriqueciste.
Te
damos gracias por las manos de las madres que cuidan de sus hijos,
gracias por las manos de los padres que luchan por el sustento de sus
hijos, gracias por las manos de los niños que en su inocencia se
preparan para el futuro. Gracias por las manos de los jóvenes que
construyen el futuro.
Gracias
por las manos de los obreros, campesinos, zapateros, carpinteros,
lustrabotas, profesores, médicos, sacerdotes y religiosos, artistas e
intelectuales, y por las manos de todos los que con esfuerzo y optimismo
ayudan a humanizar al pueblo. Ayúdanos, Padre, a que nuestras manos
cumplan diariamente las tareas que Tú les encomendaste y que nunca ellas
te hagan arrepentir de habernos creado.
Había
una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que
una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite
encendida.
La
ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En
determinado momento, aquel hombre se encuentra con un amigo. El amigo lo
mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta que es Guno, el ciego del
pueblo. Entonces, le dice: -¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara
en la mano?. Si tú no ves...
Entonces,
el ciego le responde: - Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo
conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que
otros encuentren su camino cuando me vean a mi...
No
sólo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso
para que otros puedan servirse de ella. Cada uno de nosotros puede
alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno
aparentemente no lo necesite.
Alumbrar
el camino de los otros no es tarea fácil... Muchas veces, en vez de
alumbrar, oscurecemos mucho más el camino de los demás. ¿Cómo?. A través
del desaliento, la crítica, el egoísmo, el desamor, el odio, el
resentimiento. ¡Qué hermoso sería sí todos ilumináramos
los caminos de los demás!. Sin fijarnos si lo necesitan o no. ¡Llevar luz y no oscuridad!.
Si
toda la gente encendiera una luz el mundo entero estaría iluminado y
brillaría día a día con mayor intensidad. Todos pasamos por situaciones
difíciles a veces, todos sentimos el peso del dolor en determinados
momentos de nuestras vidas, todos sufrimos en algunos momentos, y
lloramos en otros. Pero no debemos proyectar nuestro dolor cuando
alguien desesperado busca ayuda en nosotros. No debemos exclamar como es
costumbre: "¡La vida es así!"... llenos de rencor,
llenos de odio.
No
debemos hacerlo... Al contrario, ayudemos a los demás sembrando
esperanza en ese corazón herido. Nuestro dolor es y fue importante pero
se minimiza si ayudamos a otros a soportarlo, si ayudamos a otros a
sobrellevarlo. ¡Luz!... ¡demos luz!...
Tenemos
en el alma el motor que enciende cualquier lámpara, la energía que
permite iluminar en vez de oscurecer. Está en nosotros saber usarla.
Está en nosotros ser "luz" y no permitir que los demás vivan en las
tinieblas.
Ahora,
es tu decisión permanecer sentado, o ser instrumento del Amor de
Dios... y ser la sal de la tierra (quien de sabor a la vida de los
demas), y/o ser la luz del mundo (quien con un nuevo estilo de vida
ayude a encontrar, a otros, la luz que los guie hacia el Rey de reyes y
Señor de señores).
¡Haz la parte que te corresponde y Dios hara el resto!.
El
que alguien toque mi vida es un privilegio, tocar la vida de alguien es
un honor, pero el ayudar a que otros toquen sus propias vidas es... ¡un
placer indescriptible!.
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