Fuente:
1. El pulgar es
el más cercano a ti. Así que empieza orando por quienes están más cerca
de ti. Son las personas más fáciles de recordar. Orar por nuestros
seres queridos es "una dulce obligación".
2. El siguiente dedo es el índice.
Ora por quienes enseñan, instruyen y sanan. Esto incluye a los
maestros, profesores, médicos y sacerdotes. Ellos necesitan apoyo y
sabiduría para indicar la dirección correcta a los demás. Tenlos siempre
presentes en tus oraciones.
3. El siguiente dedo es el más alto.
Nos recuerda a nuestros líderes. Ora por el presidente, los
congresistas, los empresarios y los gerentes. Estas personas dirigen los
destinos de nuestra patria y guían a la opinión pública. Necesitan la
guia de Dios.
4. El cuarto dedo es nuestro dedo anular.
Aunque a muchos les sorprenda, es nuestro dedo más débil, como te lo
puede decir cualquier profesor de piano. Debe recordarnos orar por los
más débiles, con muchos problemas o postrados por las enfermedades.
Necesitan tus oraciones de día y de noche. Nunca será demasiado lo que
ores por ellos. También debe invitarnos a orar por los matrimonios.
5. Y por último está nuestro dedo meñique,
el más pequeño de todos los dedos, que es como debemos vernos ante Dios
y los demás. Como dice la Biblia "los últimos serán los primeros". Tu
meñique debe recordarte orar por ti. Cuando ya hayas orado por los otros
cuatro grupos verás tus propias necesidades en la perspectiva correcta,
y podrás orar mejor por las tuyas.
Manos a la obra... por la igualdad
Un
científico que vivía preocupado por los problemas del mundo, estaba
decidido a encontrar las respuestas necesarias para solucionarlos. Por
eso, pasaba día tras día en el estudio de su casa en busca de respuestas
para sus dudas.
Una
tarde, su hijo de cinco años entró en el estudio con la intención de
ayudarle a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, le
pidió al niño que fuese a jugar a otro sitio. Pero después de comprobar
que no le hacía ni caso, pensó en algo que pudiese distraer su atención.
¡Perfecto! Encontró una revista y vio que en una de sus páginas había un mapa del mundo...¡justo lo que necesitaba!.
Arranco
la hoja, recortó el mapa en muchos trozos y, junto con un rollo de
celo, se lo dio a su hijo diciendo: “Mira hijo, como te gustan tanto los
puzzles, te voy a dar el mundo en trocitos para que lo arregles sin
ayuda de nadie”.
Así,
el padre quedó satisfecho y el niño también. El padre porque pensó que
el niño tardaría más de una hora en hacerlo. El niño porque creyó que
estaba ayudando a su padre. Pero después de unos minutos el niño
exclamó: “Papá, ya!”. El padre, en un primer momento, no dio crédito a
las palabras del niño. Era imposible que, a su edad, hubiera conseguido
recomponer un mapa que nunca había visto antes. Desconfiado, el
científico levantó la vista del libro que leía, convencido de que vería
resultado desastroso propio de un niño de cinco años. Pero, para su
sorpresa, comprobó que el mapa estaba perfectamente reconstruido: cada
trocito había sido colocado y pegado en el lugar correspondiente.
Sin
salir de su asombro y mirando fijamente el mapa, le dijo al niño:
“Hijo, si tu no sabías cómo era el mundo, ¿Cómo has podido hacerlo?”
“¡Muy fácil papá!” – contestó el niño-, cuando arrancaste la hoja de la
revista vi que por el otro lado había un hombre. Di la vuelta a los
trocitos que me diste y me puse a hacer el puzzle del hombre, que sabía
cómo era. Cuando conseguí arreglar el hombre di la vuelta a la hoja y vi
que había arreglado el mundo...”
¡Cambia tu corazón y el mundo cambiará!.
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