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Madre del resucitado, mujer de entereza y fortaleza; Virgen de la fidelidad en medio del dolor y la muerte; Lámpara que permaneciste encendida cuando muchas se apagaron; Llama encendida que contagiaste ilusión; Mujer valiente y orante que siempre creíste a tu Hijo. LLENA NUESTRO CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL. Hija del Padre que cantaste las maravillas del Dios de la historia que se pone de parte de los pobres y excluidos; Mujer nunca resignada ante lo injusto y lo adverso, pero siempre dispuesta a ver en todas las cosas el paso salvador de Dios; Caminante discreta que seguías los pasos de tu Señor y Mesías sin querer robar el protagonismo a los apóstoles de tu Hijo: LLENA NUESTRA CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL. Mujer heroica por tu saber estar, tu saber hablar y tu saber callar; Mujer paciente que sabes que las cosas de calidad maduran con el tiempo, y que al corazón humano no le sirven las prisas y desesperos; Hermana y amiga que sabes guardar secretos y que sabes, también, contarle las cosas nuestras a tu Hijo mejor que nosotros mismos por tu delicadeza y finura: LLENA NUESTRO CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL. Santa María, misionera empedernida, que sobre una columna dicen que animaste al bueno de Santiago que quería regresar a Jerusalén derrotado ante la dificultad de la misión; Peregrina y emigrante que tuviste que refugiarte en Egipto hasta la muerte de Herodes, y cambiaste de residencia para vivir tu vejez con tu nuevo hijo, el discípulo amado; Mujer ligera de equipaje a quien pudo transportar los ángeles en tu peregrinaje definitivo al Cielo: LLENA NUESTRO CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL. Virgen del rosario y la letanía, que has escuchado tantas oraciones nuestras, unas bien hechas y otras cansadas y somnolientas; Madre de tantas ermitas, parroquias y santuarios, que has visto multiplicarse tu nombre en infinidad de advocaciones, porque todos te consideramos nuestra, y a todos atiendes y esperas; Reina, cuya única corona somos cada uno de nosotros, y que te llenas de luces cuando nos ves alegres y felices; puerta siempre abierta, y teléfono sin contestador, que no sabes de horarios y de citas previas y que nunca bostezas cuando te hablamos y te contamos nuestras miles de batallas: LLENA NUESTRO CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL. Espejo de justicia y santidad, que no te gusta la mentira, la doblez de corazón, el disimulo, la murmuración o la envidia; Trono de sabiduría que aguantas nuestros mantos y nuestras joyas, pero que encauzas nuestra generosidad hacia tus hijos más pobres, cuidadora solícita de las familias que nutres nuestros hogares de ternura y compasión; fortaleza de enfermos que sabes estar cerca de quien se le mueve los cimientos de la vida cuando aparece la enfermedad o la posible muerte. LLENA NUESTRO CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL. Madre e hija de la Iglesia, que quieres que seamos comunidades abiertas, acogedoras y solícitas; que mantienes las llamas de nuestros cirios siempre encendidos… LLENA NUESTRO CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL. |
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Lo
que hace que este día sea "santo" es que está preñado de una esperanza
cierta. Después de unos días muy intensos en los que todo se ha sucedido
con rapidez, casi sin frenos, la liturgia se calla, los altares de
callan, las bocas que cantaban se callan. Todo se sume en el silencio,
pero no es un silencio hueco, vacío, desprovisto de todo. Es un silencio
que alberga la vida y que la contiene antes de que ésta explote. El
sábado santo es como el brote nuevo que vemos en el árbol justo antes de
explotar en flores rebosantes de color, de vida, de savia nueva. Como
el brote que alberga la rama seca del que brotará una nueva rama
alimentada por el brío incontenible de la primavera. Sí, el sábado santo
sabe más de vida que de muerte porque, aunque anda de ambos
equidistante, deja atrás lo que la cruz clavó y el sudario cubrió y
promete la luz de una mañana soleada, brillante, plena.
Retomando
nuestro deambular por estos espacios, os invito a preparar el corazón
para la Vida y a que sin prisas emprendamos desde ya el camino que nos
abre la Pascua, esa que ya se vislumbra y que tan solo en unas horas
celebraremos.
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Dentro de tu grito en la cruz caben todos nuestros gritos,
desde el primer llanto del niño
hasta el último quejido del moribundo.
Desde tu grito lanzado al cielo encomiendan su vida
en las manos del Padre
todos los que se sienten abandonados
en un misterio incomprensible.
Desde el desconcierto lanzado como queja
de los que experimentaron tu amor
alguna vez pero se sienten abandonados ahora,
y sólo en la lucha contigo esperan su salida,
desde todas las noches del espíritu,
llega hasta tus manos de Padre nuestro grito.
En este grito tuyo último,
dolor de hombre y dolor de Dios,
inclinamos agotados la cabeza
y te entregamos el espíritu,
cuando llegamos a nuestros límites,
donde se extinguen los esfuerzos y los días
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Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer
de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, al ver a su madre y, junto a ella, al discípulo que él tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la acogió como suya (Cfr. Jn 19, 25–27). Dame, Señor, la alegría de descubrir a tu madre y tomarla como mía. Dame, Señor, la alegría de estar a la espera de tu palabra. como lo estuvo ella. Dame, Señor, la finura de acoger y hacer vida tu palabra como tu madre la acogió y vivió. Dame, Señor, ojos de sorpresa para contemplar y descubrir tu presencia en la debilidad de la vida. Dame, Señor, fe para conocerte y servirte en la gente que me rodea. Dame, Señor, manos para acogerte y tratarte en mis amigos y amigas como María te acogió y te abrazó a Ti. |
"Jesús
yace en su tumba y los apóstoles creen que todo se acabó. Todo el día
sábado su cuerpo descansa en el sepulcro Pero su madre, María, se
acuerda de lo que dijo su hijo : "Al tercer día resucitaré". Los
Apóstoles van llegando a su lado, y Ella les consuela. "
"El
Sábado santo es un día de luto inmenso, de silencio y de espera
vigilante de la Resurrección. La Iglesia en particular recuerda el
dolor, la valentía y la esperanza de la Virgen María. "
Ella
representa la angustia de una Madre que tiene entre sus brazos a su
Hijo muerto, pero no se puede olvidar en este momento ella es la única
que conserva en su corazón las palabras del anciano Simeón, que si bien
él profetizó que Cristo sería signo de contradicción y una espada le
traspasaría el alma, también indicó que Jesús sería signo de
resurrección.
Lo
que los discípulos habían olvidado, María lo conservaba en el corazón:
la profecía de la resurrección al tercer día. Y María esperó hasta el
tercer día.
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sábado, 19 de abril de 2014
Blog Reflejos de Luz
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