Un
grupo de fariseos de Galilea se acerca a Jesús en actitud crítica. No
vienen solos. Los acompañan algunos escribas, venidos de Jerusalén,
preocupados sin duda por defender la ortodoxia de los sencillos
campesinos de las aldeas. La actuación de Jesús es peligrosa. Conviene
corregirla.
Han
observado que, en algunos aspectos, sus discípulos no siguen la
tradición de los mayores. Aunque hablan del comportamiento de los
discípulos, su pregunta se dirige a Jesús, pues saben que es él quien
les ha enseñado a vivir con aquella libertad sorprendente. ¿Por qué?
Jesús
les responde con unas palabras del profeta Isaías que iluminan muy bien
su mensaje y su actuación. Estas palabras con las que Jesús se
identifica totalmente hemos de escucharlas con atención, pues tocan algo
muy fundamental de nuestra religión. Según el profeta, esta es la queja
Dios.
"Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". Este
es siempre el riesgo de toda religión: dar culto a Dios con los labios,
repitiendo fórmulas, recitando salmos, pronunciando palabras hermosas,
mientras nuestro corazón "está lejos de él". Sin embargo, el culto que
agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese centro
íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.
"El
culto que me dan está vacío". Cuando nuestro corazón está lejos de
Dios, nuestro culto queda sin contenido. Le falta la vida, la escucha
sincera de la Palabra de Dios, el amor al hermano. La religión se
convierte en algo exterior que se practica por costumbre, pero donde
faltan los frutos de una vida fiel a Dios.
"La
doctrina que enseñan son preceptos humanos". En toda religión hay
tradiciones que son "humanas". Normas, costumbres, devociones que han
nacido para vivir la religiosidad en una determinada cultura. Pueden
hacer mucho bien. Pero hacen mucho daño cuando nos distraen y alejan de
la Palabra de Dios. Nunca han de tener la primacía.
Al
terminar la cita del profeta Isaías, Jesús resume su pensamiento con
unas palabras muy graves: "Dejáis de lado el mandamiento de Dios para
aferraros a la tradición de los hombres". Cuando nos aferramos
ciegamente a tradiciones humanas, corremos el riesgo de olvidar el
mandato del amor y desviarnos del seguimiento a Jesús, Palabra encarnada
de Dios.
En
la religión cristiana lo primero es siempre Jesús y su llamada al amor.
Solo después vienen nuestras tradiciones humanas por muy importantes
que nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial.
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario