lunes, 3 de septiembre de 2012



Señor, hoy vengo ante tí para entregarte todos mis miedos.
Te entrego Jesús el miedo que muchas veces siento
a todo, y en cierto sentido, a todos.
Te entrego mi miedo a la vida y a la muerte,
al pasado, al futuro, pero también al presente,
incierto, precario, efímero, movedizo...

Te entrego mi miedo a las responsabilidades
asumidas y por asumir,
el miedo a la guerra y a la paz siempre frágil
y difícil de administrar y mantener.

Te entrego mi miedo al poder, deseado y,
a la vez alcanzado,
necesitado de ser defendido y acrecentado.

En vos Señor mi miedo a ganar y a perder,
miedo a asumir compromisos estables y a romperlos,
miedo a hacerse amigos y miedo a la soledad,
miedo a la ciencia y miedo a la ignorancia.

En vos Señor dejo mi miedo a la felicidad
cuando se torna siempre tenue y efímera,
y miedo a la infelicidad no prevista, casi
siempre duradera.

Sobre todo Señor, te entrego el miedo a mí mismo:
miedo a conocerme o a ignorarme,
miedo a escucharme en la intimidad de mi ser,
y miedo a la respuesta.
En vos mi miedo a custionarme y a ser cuestionado,
miedo a la nostalgia que paraliza,
a la memoria histórica porque compromete.

Y podría continuar con una infinita lista mi Señor,
pero me abandono completamente a tu cuidado
pidiéndote la fortaleza que la fe de mi corazón
necesita para abrazar  y  superar todo miedo
que tan solo me hace retrasar en mi camino...
Amén!

(Adaptación de un texto de Paul Debesse)

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