martes, 18 de diciembre de 2012


A un pueblo perdido entre las montañas llegó un caminante que regalaba unos frascos que contenían, según él, el elixir de la felicidad. Como todos estaban muy necesitados de ella, acabaron con todos los frascos que llevaba. Pero aquel  elixir no podía tomarse de cualquier manera.

Antes de marcharse les dijo que, para que funcionara, tenían que beberlo después de cenar en casa de unos vecinos y esperar con ellos media hora para notar sus efectos. Y así lo hicieron esa misma noche. Todos prepararon sus casas para acoger a sus vecinos y hacer que la espera fuera lo más agradable posible.

Los efectos fueron tan extraordinarios que al día siguiente no se hablaba de otra cosa en el pueblo. Por la noche volvieron a hacer lo mismo, pero esta vez con diferentes vecinos. Y, asombrosamente, funcionó igual de bien. A la mañana siguiente todos iban radiantes de felicidad comentando las maravillas de aquel elixir. Noche tras noche se fue repitiendo la misma historia hasta que los frascos quedaron vacíos. Entonces la tristeza se apoderó nuevamente de todos.

Pasaron unos días hasta que otra vez volvió a pasar por allí el caminante. Al verlo, se abalanzaron sobre él pidiéndole más frascos de aquel elixir. El caminante, muy extrañado, les dijo.
Pero si ya no me quedan más frascos. Creía que ya os habríais dado cuenta de dónde estaba el secreto del elixir. Cada vez que os sintáis infelices, no tenéis más que llenar vuestros frascos de agua azucarada con limón e ir a casa de vuestros vecinos a compartir la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario