No podemos encontrar a Dios en medio del ruido, la agitación.
Fijémonos
en la naturaleza: los árboles, las flores, la hierba de los campos,
crecen en silencio; las estrellas, la luna, el sol, se mueven en
silencio. Lo esencial no es lo que podamos decir a Dios, sino lo que Él
nos dice, y lo que dice a los otros a través nuestro.
En el silencio Él nos escucha; en el silencio, habla a nuestras almas.
En el silencio nos concede el privilegio de oír su voz:
Silencio de nuestros ojos.
Silencio de nuestros oídos.
Silencio de nuestras bocas.
Silencio de nuestros espíritus.
En el silencio del corazón, Dios hablará.
sábado, 15 de diciembre de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario