Hoy,
el Evangelio, nos presenta a uno de los personajes importantes del
Adviento. Juan el Bautista. Desde el desierto fue recorriendo la
comarca del río Jordán. No iba de paseo. Iba predicando “un bautismo de
conversión para el perdón de los pecados”. Más tarde, en el mismo río
Jordán, se pondría a bautizar, y acudirían las gentes, movidas por su
invitación, a reconciliarse con Dios por medio de ese bautismo de
conversión.
Ya
el profeta Isaías había anunciado proféticamente estos acontecimientos,
con estas palabras:”Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al
Señor; allanad sus senderos; elévense los valles; desciendan los montes
y colinas; que lo torcido de enderece y lo escabroso se iguale. Así
verán todos la salvación de Dios”.
Nos
encontramos ante uno de los textos más bellos del libro de Isaías, el
libro de la consolación: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice el
Señor”. Estas palabras eran una buena noticia para el pueblo judío,
desterrado en Babilonia entre el 587 y 538 a. C. La infidelidad a Dios
les había llevado a esa situación; han sentido el vacío, la ausencia de
Dios, del que habían renegado. Y el profeta anuncia que ya han pagado
su pecado y, por lo tanto, ya no permanecerán por más tiempo en
Babilonia; volverán otra vez a su tierra, a su querida Jerusalén. El
profeta Isaías, era “la voz que grita”; y más tarde se aplica a Juan
Bautista, el que iba a preparar la venida de Jesús.
Pues bien, este es nuestro programa para este Adviento. Basta ir aplicando a nuestra vida cada una de esas palabras de Isaías.
* Preparad el camino al Señor. Preparar el corazón para que Jesús, el
Señor, pueda entrar en él, y transformarlo. Camino de fidelidad a la
voluntad de Dios; camino de amor al prójimo, camino de solidaridad…
*
Allanad los senderos. En nuestra vida, a veces, hay caminos tortuosos
que no llevan al Señor: envidia, soberbia, rencores, injusticias… Por
esos senderos no llega el Señor.
*
Elévense los valles y desciendas los montes y colinas. Todos esos
accidentes geográficos entorpecen el paso del caminante. Dificultan la
buena marcha. En nuestra manera de proceder, hay también, a veces,
valles de depresión, de no fiarse de Dios, de falta de esperanza. Y hay
montes o pequeñas colinas de creerse mejores, de despreciar al más
débil, de ignorar al pobre. Todo eso tiene que desaparecer para allanar
el camino al Señor.
*
Que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. No todo en
nuestra vida es trigo limpio; no todo está en conformidad con lo que
Dios espera de nosotros; no todas nuestras motivaciones van dirigidas a
conseguir ese Reino de Dios que Jesús predicó. Y hay que enderezarlo.
Por difícil que sea, siempre el Señor nos echará una mano, si de verdad
lo intentamos.
Y
como dice Isaías: Así veremos todos, la salvación de Dios. Y llegaremos
a a la fecha del nacimiento del Salvador, la Navidad, con el corazón
convertido, o al menos en proceso de conversión.
Félix González, ss.cc.
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