Una
historia hindú dice que en cierta ocasión los colores comenzaron a
pelearse. Cada uno quería ser el más importante. El verde alegaba que
era el color de la vida y la esperanza, y el más repartido por la
naturaleza. El azul reivindicaba ser el color del agua, del mar, del
cielo y de la paz. El amarillo decía ser el color de la alegría, del sol
y de la vitalidad. El naranja pretendía ser el color de la salud, de la
vitamina y de la fuerza: sólo había que pensar en las naranjas, mangos,
papayas, zanahorias y calabazas. El rojo subrayaba su fuerza y valor,
su pasión y su fuego. El púrpura indicó que era el color de la nobleza y
del poder. Y el añil hizo notar que era el color del silencio, de la
reflexión, de la oración y de los pensamientos profundos. La lluvia
observó la disputa e intervino con fuerza: los colores se acurrucaron
entre sí y se fundieron en uno. Cuando cesó la lluvia, se desplegaron en
forma de arco iris y todos y cada uno de ellos lució su belleza sin
rivalidades… Y se dieron cuenta de la hermosura de la unión.
Señor
Jesús: De nuevo hoy nos invitas a pensar en el valor de la fuerza. Y es
que tú conoces nuestro corazón y sabes cuántas energías perdemos en
enfrentamientos tontos; mientras que cada uno se enriquecería y
enriquecería a los demás, si en lugar de enfrentarnos nos uniéramos
Ayúdanos a ser capaces de unirnos. Te pedimos por los terroristas y
todas esas personas que en lugar de la unión buscan la división y el
enfrentamiento; y por aquéllos que son capaces de promover la unión y la
paz.
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