miércoles, 13 de junio de 2012



El  13 de junio es su memoria litúrgica
El 13 de junio es la memoria litúrgica de uno de los santos más populares y universales de toda la historia de la Iglesia, a pesar incluso de los siglos transcurridos y de los no muy numerosos datos que tenemos de él. 
 Estoy hablando de San Antonio de Padua, patrono e intercesor de realidades tan dispares como del hallazgo de objetos perdidos, de las novias y novios, de las madres gestantes o de los niños abandonados. Con todo, su grandeza e interpelación -como ahora veremos- supera esta misma popularidad y los estereotipos que de él nos hemos forjado todos.
Se llamaba Fernando y era de Lisboa
San Antonio de Padua, cuyo nombre original era Fernando, nació en Lisboa en la segunda mitad del siglo XII. Formaba parte de una ilustre familia lusa. Se hizo primero religioso en la orden de los canónigos regulares de San Agustín. Pero gracias a un amigo suyo que había conocido a Francisco de Asís a los franciscanos y se hizo religioso de esta Orden, poco después de su ordenación sacerdotal, se hizo él también franciscano.
Quería ser misionero en Marruecos, al igual que su amigo, quien además había muerto mártir. Sin embargo, una vez ya miembro de la Orden Franciscana, sus superiores dispusieron para él un camino de consagración distinto a que Antonio había pensado: no sería misionero, sino predicador popular y profesor de Teología, en Padua, próspera ciudad del noreste de Italia, que atesora sus reliquias en una bellísima, devota y siempre bien concurrida basílica.
La palabra y el pan
El don de la palabra, la sabiduría teológica, la caridad de su vida y su trato cercano, humilde y afectuoso hicieron pronto de él un fraile bien querido, a quien se atribuían y se siguen atribuyendo miles de milagros. Pero el gran milagro de Antonio era que su predicación y su docencia, que, en suma, su palabra, que además no era suya sino eco de la palabra de Dios, estaba además acompañada de las obras.

Y las obras que acompañaban a la palabra de Antonio eran numerosas obras de caridad en favor de los pobres y necesitados. De ahí que la tradición nos haya conservado de él el cepillo llamado "Pan de San Antonio" o "Pan de los pobres".
Cuando las imágenes hablan por sí mismas
La iconografía, tan abundante en imágenes y cuadros de este santo universal y popular, nos lo muestra siempre vestido con su hábito franciscano y con un Niño Jesús en la mano.

Esta es la clave de San Antonio de Padua: Jesucristo en el misterio de su Encarnación y de su infancia. Este fue el gran secreto -el milagro por excelencia- de su vida y de su ministerio: tener a Jesús, portar a Jesús, mostrar a Jesús, acercar a Jesús, en la realidad de su pequeñez y de su grandeza, como el pan que el hombre de entonces y de todo tiempo, necesita. Y de ahí, de su "tener" y "mostrar" a Jesús surgió todo lo demás: su ciencia como profesor, su elocuencia como predicador y su incondicional servicio caritativo hacia los necesitados.
Que San Antonio de Padua, interceda por nosotros y nos enseña a "tener" y a "transmitir" a Jesús, el Pan para la vida del mundo.

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