El
discípulo tenía vocación filosófica y le encantaba conocer todas las
cosas y clasificarlas. Pensaba que así, las dominaba. Lo que no acababa
de clasificar era la multitud de personas que iba encontrando en su
vida. Viendo que el problema superaba sus fuerzas, decidió acudir al
maestro. Humildemente, con una pequeña sensación de fracaso, se atrevió a
preguntarle: “Maestro ¿cuántas clases de personas existen?”. -Sólo hay
cuatro tipos de personas, aunque a ti –pequeño discípulo- te puedan
parecer infinitas”. -“¿Y cuáles son, Maestro?” -El, que habla así: “Lo
que es mío es mío; y lo tuyo es tuyo”. El, que exclama: “Lo que es mío
es tuyo también, y lo tuyo es mío”. El, que piensa: “Lo tuyo es mío; y
lo mío sólo es mío”. Y el, que se comporta así: “Lo que es mío es tuyo; y
lo tuyo, tuyo es”.
Señor
Jesús: No es un puro juego de palabras lo que acabamos de escuchar, no.
La lección de esta mañana tiene mucha miga: sólo el santo es capaz de
dar sin exigir nada a cambio. Ni siquiera el enamorado llega a este
desprendimiento. Ayúdanos a alcanzar este grado de generosidad. Te
pedimos por los hombres y mujeres que viven para los demás. Y por esas
criaturas, esclavas de su egoísmo, que son incapaces de dar ni los
buenos días.
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