El verdadero amor a los demás |
Pensemos
en una madre. No sé… la tuya, la de un amigo, la de Dios. ¿Cuántas
virtudes tan profundas hay en ellas? Parece que su profesión es el
dedicarse a formar virtudes. Son tan detallistas, amables, sencillas,
trabajadoras, prudentes. Y poseen un gran corazón, una gran capacidad
de conocer el interior de los suyos, de saber consolar, saber dirigir y
en momentos muy oportunos, reprender. Éste es y siempre será el
paquete de carga para cada “madre” en esta tierra. Dentro de esto hay algo en común. Las madres sí que saben amar, porque amar es ante todo dar. Pero, ¡ojo!, no sólo es dar por dar. Ni dar porque me sobra ni mucho menos. Dar porque después recibiré. Dar, es una actitud profunda y resplandeciente de la generosidad. Cuando hemos dado con generosidad, ¡qué satisfacción tan extraña sentimos, estamos que pitamos de alegría! ¡Y cuánto más felices si nos ha costado y hemos sudado por ello! ¿No es asÍ? Creo que a todos nos ha pasado, que al estar en casa, nuestra madre nos pide que le ayudemos en alguna insignificante labor hogareña. Casi siempre las respuestas primarias solían ser: “¡Que lo haga mi hermana!” O simplemente: “¡No quiero!” Y cuando veíamos que ella misma lo hacía, sin decirnos nada, ¿no nos remordía la conciencia? ¿No lo haríamos nosotros la siguiente vez que nos pidiera algo? ¡Claro que lo haríamos a la primera! porque eso la alegraría. El secreto no es el mero sentimiento, sino la actitud de generosidad que brota de nosotros. Y más valor tiene cuando nos cuesta ser generosos. Es como un trampolín, a veces hay actos que nos ayudan a dar el salto a la generosidad. Actos impulsores del amor. ¡Alto! Dentro del amor todavía hay más que dar. Esto es: el perdón. ¡Esto sí que cuesta! ¿verdad? Pero no hay por qué liarnos la vida. Todo lo contrario. Es algo tan fácil pero antes debe haber una predisposición: el amor. Así como no hay bocata sin relleno, no puede haber perdón sin amor. Perdonar es reconocer y olvidar. Es reconocer lo que nos han hecho. Pero sin quedarnos ahí, hay que dar un salto, el salto del olvido. Olvidar sin que queden rencillas, ni abrojos de secundariedad. El perdón tranquiliza y da paz. Así como el amor triunfa amando. Lo mismo el perdón, perdonando. Ya nos decía Cristo en el Evangelio: debemos perdonar hasta sesenta veces siete. ¡Por algo lo decía! mas para el que ama no hay nada imposible. Con el amor lo puedes todo. ¡No des únicamente de lo que te sobra, date a ti mismo! Lo que haces por los demás quedará para siempre. ¡Ánimo! ¡No te detengas! Éste es el verdadero amor al prójimo.
Humberto Ballesteros
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