Nació
el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el
África romana. Su padre, llamado Patricio, era un pequeño propietario
pagano cuando nació su hijo. Su madre, Santa Mónica, es puesta por la
Iglesia como ejemplo de "mujer cristiana", de piedad y bondad probadas,
madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aún
bajo las circunstancias más adversas. Mónica le enseñó a su hijo los
principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el joven
Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración
constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se
llamará a sí mismo "el hijo de las lágrimas de su madre".1
San
Agustín estaba dotado de una gran imaginación y de una extraordinaria
inteligencia. Se destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran
interés hacia la literatura, especialmente la griega clásica y poseía
gran elocuencia. Sus primeros triunfos tuvieron como escenario Madaura y
Cartago, donde se especializó en gramática y retórica. Durante sus años
de estudiante en Cartago desarrolló una irresistible atracción hacia el
teatro. Al mismo tiempo, gustaba en gran medida de recibir halagos y la
fama, que encontró fácilmente en aquellos primeros años de su juventud.
Allí mismo en Cartago se destacó por su genio retórico y sobresalió en
concursos poéticos y certámenes públicos. Aunque se dejaba llevar
ciegamente por las pasiones humanas y mundanas, y seguía abiertamente
los impulsos de su espíritu sensual, no abandonó sus estudios,
especialmente los de filosofía. El propio Agustín hace una crítica muy
dura y amarga de esta etapa de su juventud en sus Confesiones.
A
los diecinueve años, la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en la
mente de Agustín el espíritu de especulación y así se dedica de lleno
al estudio de la filosofía. Además, será en esta época cuando el joven
Agustín conocerá a una mujer con la que mantendrá una relación estable
de catorce años y con la cual tendrá un hijo: Adeodato.
En
su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín
pasa de una escuela filosófica a otra sin que encuentre en ninguna una
verdadera respuesta a sus inquietudes. Finalmente abraza el maniqueísmo
creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría
orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y finalmente la
abandonó después de hablar con el obispo maniqueo Fausto. Ante tal
decepción, se convenció de la imposibilidad de llegar a alcanzar la
plena verdad, y por ello se hizo escéptico.
Sumido
en una gran frustración personal, decide en 383 partir para Roma, la
capital del Imperio. Su madre quiso acompañarle, pero Agustín la engañó y
la dejó en tierra (cf. Confesiones 5,8,15). En Roma enferma de
gravedad. Tras restablecerse, y gracias a su amigo y protector Símaco,
prefecto de Roma, fue nombrado "magister rhetoricae" en Mediolanum (la
actual Milán)
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