martes, 28 de agosto de 2012



Señor, a veces me siento pequeño, insatisfecho, incapaz.
Se me escapan los sueños y me puede la realidad cotidiana;
el día a día se me queda vacío, o no me llena tanto como querría.
No te encuentro, y tampoco a los otros. La soledad me muerde.
Miro a otras vidas, con añoranza, con nostalgia, ¿con envidia?
Y aunque sé que tengo mucho por lo que dar gracias, me siento triste.
Y quisiera gritar. Pero sospecho que es parte de la vida.
A veces quiero conseguir tanto…quiero llegar lejos, vivir mucho, sentirlo todo.
Quiero amar y ser amado con pasión. Tener días más largos.
Reír con estruendo. Conseguir metas, y seguir adelante.
También me veo peregrino, arquitecto, amigo, aventurero, amante, discípulo…
Y me siento ligero caminando en esta tierra de deseos, donde la sed se vuelve un estímulo,
donde una y mil veces lo vas dando todo, mi Señor
Y habitar a ratos en esta tierra me hace sentir vivo, y encontrar motivos para avanzar.
Luego me toca despertar. Saber que, si bien uno debo hallar la tierra de los sueños,
también he de caminar por este otro suelo de lo cotidiano y lo real,
donde no todo se siente intensamente ni todo es profundo, apasionante y espectacular.
Es este otro terreno hecho de rutinas y dinámicas familiares.
Donde hay menos aventura y más silencio, donde la entrega es callada,
donde las gentes (reales) a veces me gustan y otras me enervan –y sospecho que lo mismo dirán de mí.
Esta tierra, Señor,  donde hay horas baldías, tardes aburridas,
trabajo monótono –que a veces me parece insignificante-,
deseos insatisfechos e ilusión aterrizada.
Es esa tensión Señor, entre el sueño y la realidad, define mucho de mi vida.
Y sospecho que así está bien, y hoy la dejo en tus manos Señor.
Amén.

Adaptación de texto extraído de www.pastoralsj.org

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