1. La fe.
El catequista no enseña sólo por la palabra. Su fe, si es viva y
vivida, es el mejor vehículo transmisor para que, los niños o los
jóvenes, intuyan lo que es creer en Jesús.
2. La Palabra de Dios.
El catequista no habla de sus cosas. Desarrolla su actividad “en nombre
de”. La Palabra de Dios, no ha de faltar antes ni después de una buena
catequesis. Es la luz que ilumina.
3. El testimonio.
El catequista ha de establecer y buscar un acorde, lo más perfecto,
entre lo que es, dice y hace. Si demuestra, con sus obras, que cree en
Dios, las palabras no serán ni necesarias. El humo denota donde está el
fuego.
4. La oración. El
catequista sabe que su poder de persuasión no reside en él. Hay una
fuerza suprema, Dios, que es quien le orienta y hará que fructifique
todo a su tiempo.
5. La formación.
Nadie posee el todo por ciencia infusa. Un catequista sin formación, es
un catequista que corre un serio peligro: la relajación, el error o el
relativismo.
Catequista
es ser una persona de fe que confía en la Palabra de Dios, que da
testimonio de su experiencia divina, que busca los momentos de oración
y, porque sabe que es débil, intenta saber más y mejor, a través de la
formación, de lo que la Iglesia le confía.
Javier Leoz
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