“Pongamos
los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí deprenderemos la verdadera
humildad, y en sus santos, y ennoblecerse ha el entendimiento como he
dicho y no hará el propio conocimiento ratero y cobarde (I Moradas
2,11).
Maestro
bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? ¿Qué hacer? ¿Qué sendero
tomar? ¿En qué está el arte de vivir? ¿Por qué no somos felices? ¿Cuándo
se puede decir, en verdad: ‘esto es vida’? ¿Dónde está el misterio de
la vida en su máxima expresión? ¡Qué buenas son las preguntas! Surgen
también en medio de las crisis, desestabilizan, apuntan en dirección a
la verdad, desvelan la sed del corazón que quiere más vida. Orar es
atreverse a preguntar a Jesús. Y cuando te pregunto, Jesús, y me quedo
aguardando, ¿responderás a mi silencio?
Ya
sabes los mandamientos. Jesús responde implicándonos en la respuesta.
¿Qué riqueza humanizadora llevamos dentro, guardada? Es hora de sacarla a
la luz, de vivir la coherencia con los valores escondidos en el
corazón. Pero ¿qué pasa si, aun guardando los mandamientos, se abre paso
en los adentros una inquietud persistente añorando algo más? Es hora,
entonces, de mirar y escuchar a Jesús; tiene propuestas radicales para
nosotros. Mi corazón te busca, Jesús. Tú también me buscas. Háblame.
Una
cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y
sígueme. Dice Jesús, que nos conoce a fondo, que algo nos falta. ¿Qué
es? ¿Qué le falta a nuestro corazón? Nos falta vender todos esas lógicas
humanas (dinero, prestigio, poder) sobre las que cimentamos la vida, y
dárselas a los pobres, a los que no cuentan, a los que no tienen valor.
Y, después, seguir a Jesús, poner en Él los ojos, ir con Él; no hay
mayor riqueza. Ven, Jesús, Orienta mi vida con tu Palabra. Que no quiero
que se me escape esta vida sin vivir en plenitud la que Tú me ofreces.
A
estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy
rico. Excusas hay muchas, las podemos visualizar con valentía en la
oración, pero está en juego la vida. La verdad de Jesús puede quedar
desplazada por no querer dejar lo que no nos da vida, pero el sinsentido
seguirá en el corazón. Creíamos usar el dinero, pero es él quien nos
usa; nos creíamos sus señores, pero él es nuestro dueño. Jesús sigue
esperando; la eficacia de su Palabra se muestra en nuestra respuesta.
Quiero dejarme vencer por tu Palabra, sin excusas. Ayúdame con la fuerza
de tu Espíritu.
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