Mt 3, 1-12
Juan
Bautista nos ayuda en el segundo domingo de adviento a prepararnos para
recibir al Mesías. Cuando vamos a una fiesta o a un lugar que nos
merece la pena, nos arreglamos de la mejor manera posible. Pasamos por
el baño o por la ducha, para estar impecables.
Ante
la venida de Jesús, el Bautista nos invita a que convirtamos nuestro
adviento en una “gran empresa de limpieza”. Esta semana nos toca limpiar
aquello que ensucia nuestra vida o la de nuestros hermanos, tanto de
los cercanos como los que viven sumidos en la más dura realidad, a
veces, salpicados por nuestra suciedad. El agua es un elemento
fundamental en esta limpieza. El agua que evoca nuestro bautismo, de
quién somos y a quién vamos. El bautismo que nos hace hijos y hermanas.
No hay mejor forma de estar limpios que sentirnos familia unida, unida
por el Espíritu y por el amor.
Y
para reflexionar: ¿qué cosas he de “limpiar” en mi vida? ¿He “manchado”
en algo a los demás? ¿Cuándo me voy a poner manos a la obra para
limpiarlo? Es hora de coger la fregona como Juan, el Bautista.
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