por mis hermanos.
Tú los conoces personalmente:
conoces su nombre y su apellido,
sus virtudes y sus defectos,
sus alegrías y sus penas,
su fortaleza y su debilidad,
sabes toda su historia;
los aceptas como son
y los vivificas con tu Espíritu.
Tú, Señor, los amas,
no porque sean buenos,
sino porque son hijos tuyos.
Enséñame a quererlos de verdad
a imitación de Jesucristo,
no por sus palabras o por sus obras,
sino por ellos mismos,
descubriendo en cada uno,
especialmente en los más débiles,
el misterio de tu amor infinito.
Te doy gracias, Padre,
porque me has dado hermanos.
Todos son un regalo para mí,
un verdadero "sacramento",
signo sensible y eficaz
de la presencia de tu Hijo.
Dame la mirada de Jesús
para contemplarlos,
y dame su corazón
para amarlos hasta el extremo,
porque también yo quiero ser,
para cada uno de ellos,
"sacramento" vivo
de la presencia de Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario